Colombia y su Nacho Lee

Por: RODNEY CASTRO GULLO

Antes de la pandemia, la educación global ya estaba viviendo un proceso de transformación total. Hoy, en el mundo se siguen afianzando paradigmas educativos, que tienen que ver con escuelas que fomentan la empatía, el trabajo en equipo, el liderazgo y la creatividad. Habilidades que promueven, para que tengan el mismo peso que las competencias académicas tradicionales. Tal como se decidió que todo niño debía saber leer y escribir, ahora se busca que todo niño deba aprender a ser una persona empática, con iniciativa, y capacidad de innovación.

Las nuevas escuelas se destacan, por el nivel de participación de los alumnos; no tienen pupitres individuales; estimulan el aprendizaje colaborativo; la educación emocional, social y filosófica; y los estudiantes están involucrados con su comunidad. La innovación en el espacio de clases es constante; se va dejando atrás las asignaturas y sus libros de textos, trabajan con competencias transversales. Consideran que no es necesario aprender lenguas y ciencias como si fueran elementos extraños e incompatibles. Un proyecto sobre, por ejemplo, las tortugas, podría incluir la búsqueda de información (competencia de la información y digital), la redacción de un texto (competencia lingüística) y la elaboración de un collage resumiendo las ideas principales (competencia artística o cultural).

Se forman en talleres intercomunicados con puertas abiertas, los niños entran y salen. Escuelas en donde no existen síntomas, ni carencias, ni pronósticos, ni diagnósticos; solo hay picotazos en el cristal, y los profesores siempre atentos para, antes de que el pajarito rompa el cristal, poder abrir la ventana para que pueda volar.

Así funciona en los países avanzados. Más cambios se siguieron suscitando con la llegada del coronavirus, desde entonces lo virtual ha redefinido el modelo, pero en nada amenaza, la esencia de la enseñanza moderna que se venía implementando y que se reafirmará post pandemia.

En contraste, para nosotros, resulta común escuchar que la raíz de todos los males en Colombia, es la falta de educación de calidad. Y a pesar de ello, seguimos sin tener una ruta clara para transformar esa realidad, por el contrario se mantiene en el reinado, un obsoleto modelo educativo con métodos de hace 100 años, que cada día parece más afincado.

Nos gastamos mucha plata en mantener un sistema de educación deficiente e insuficiente, ponernos a la vanguardia no es nuestro afán. De hecho, de acuerdo a cifras de la UNESCO, hoy el país cuenta con 9 millones de niños y adolescentes desescolarizados; así mismo seguimos teniendo una tasa alta de analfabetismo con el 5.0%, que equivale a dos millones de personas que no saben leer y escribir, cuando debería estar por debajo del 4%, cifra requerida para que podamos ser declarados, como territorio libre de analfabetismo. Y si nos vamos a la educación superior, según la Asociación Colombiana de Universidades ASCUN, encontramos que la cobertura es del 52% con una proyección de deserción del 23 al 25% para el segundo semestre de este año; es decir, vivimos en un país en donde, entre 75 y el 77% de los jóvenes no adelantarán estudios universitarios en el año 2020. Lo anterior nos da una idea, del nivel de prioridad en el que se encuentra la formación académica y profesional de los ciudadanos, para el gobierno nacional.

Sin excepción, todos los niños y jóvenes merecen tener una educación de calidad, que no sea privilegio de los más pudientes. Una educación pública que ponga a las nuevas generaciones en sintonía con los avances del mundo, que ofrezca bilingüismo y que al mismo tiempo forme como líderes. La pandemia nos brinda la coyuntura para pagar la deuda histórica que tenemos con el sector. La modernización de la infraestructura, de los planes educativos y la actualización en virtualidad del sistema, es un imperativo y además, la forma más eficiente y segura de superar el atraso de la nación.

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