*En algunos sectores de la Zona Oriental, hay comunidades enteras cuyos ingresos solo les alcanza para una precaria comida al día.
Por SANTOS SUÁREZ BADILLO
y REDACCIÓN SIN RECATO
“A veces nos vamos con un solo tren…”, asegura Soledys Esther Navarro Wilches, una viuda que debe mantener a sus nueve hijos, al referirse a los problemas diarios en su familia para alimentarse. Agrega que de los siete días de la semana, en ocasiones, solo tienen recursos para comer ‘medio bien’ cuatro de ellos.
La mujer lleva 17 años residiendo en una extensión de los barrios Buena Esperanza y Siete de Agosto de Santo Tomás, Atlántico. Es una calle conformada por ranchos hechos con tablitas, plásticos y palos, sin pisos, que se inunda en cada aguacero y en donde es evidente la extrema pobreza por la ausencia total de los servicios públicos elementales e infraestructura urbana que les permita a una familia vivir en condiciones dignas.
Soledys Esther tiene la ‘fortuna’ de contar con el apoyo económico del mayor de sus hijos, un joven de 19 años que recorre el municipio ofreciendo el servicio de recolección en carro de mula, de basura y escombros, tal como lo hacía su fallecido padre. “Algunas veces se gana $30.000, pero la mayoría de los días solo se gana $10.000, $5.000 o $3.000, por eso la mayor parte del tiempo no tenemos para comer más de una sola comida”, dice con tristeza Soleydys.
Otras mujeres del sector, como María Fuentes y Albertina Miranda, y sus respectivas familias, no cuentan con ningún ingreso, siendo peor su situación.
“El hijo mío se quedó sin empleo y ahora estamos pasando necesidades… A veces, si desayunamos, no comemos; y si comemos, no almorzamos…”, comenta María, cuyo núcleo familiar lo integran 11 personas.
Sostiene que no viven una vida plena, que subsisten es por el rebusque y de lo poco que les dan almas caritativas.
“Padecemos de muchas cosas… No mandamos a los niños al colegio por no tener alimentación; a veces no tenemos nada que ponerles por no tener un empleo y las comidas no son muy alimenticias que digamos…Si hago un arroz de fideo con un guineo maduro eso no los va a alimentar, si hago una aguapanela con pan eso tampoco lo va a alimentar… Esos niños, cada día, se están desnutriendo, no se están alimentando bien”, dice María, aferrándose a su fe en Dios.
Por su parte, Albertina Miranda señala que vive con una niña mientras que su otro hijo, un varón, se lo deja a la hermana porque ella no tiene cómo sostenerlo. “Como a veces y a veces no, y son días tristes… a veces salgo, y si presto no tengo con qué pagar… No comemos y cuando tenemos Bienestarina no hay para la azúcar… eso estresa”, comenta.
En las tres mujeres prima el llamado a todos los gobiernos, el nacional, el departamental y el local para que les tiendan la mano en mejorarles condiciones físicas del barrio, los doten de servicios públicos básicos y les den oportunidades de trabajo.
“Que el gobierno nos ayude, que vea por nosotros, que también somos seres humanos y necesitamos, que nos den un empleo tan siquiera para sobrevivir. Que vea por las personas más necesitadas, que no vea por lo alto”, expresa con clamor María, siendo respaldada por sus vecinas.
Igual ocurre en La Primavera de Palmar de Varela, también en el Atlántico, donde viven cerca de 350 familias en condiciones de vida notoriamente precarias. Este barrio subnormal carece de servicios públicos esenciales como el alcantarillado y la pobreza absoluta es el común denominador entre sus habitantes.
María Bonet Peralta vive en una pequeña casa hecha con tablas, plástico, techo de zinc y piso de arena. A veces la buscan para lavar o planchar, ingreso que no le alcanza para el sustento de su familia conformada por siete personas.
“Con mi pareja y mi hijo mayor nos rebuscamos ya sea para el desayuno, el almuerzo o la cena, porque la verdad es que hay veces que solo tenemos para una comida y a veces dos”, señala entristecida.
Luz Nery Rúa Sarmiento es madre cabeza de hogar, tiene dos hijos y vive con ellos en La Primavera. En algunas ocasiones trabaja en servicios varios y lucha incansablemente para mantener su hogar.
“A veces me llaman a trabajar y a veces duran tiempo sin llamarme, pasamos muchas necesidades. En varias ocasiones nos hemos acostado sin comer. A veces solo desayunamos, no almorzamos ni comemos”, Dice Luz Nery, quien le pide al gobierno “que nos ayuden a pasar esta crisis”.
Ella y otros moradores del sector, como Yolima Lobo Pérez, solicitan atención del gobierno, no solo para que se creen oportunidades de trabajo y de estudios para sus hijos, sino también para que mejoren su calidad de vida con la instalación de los servicios de alcantarillado y gas.
SITUACIÓN GENERALIZADA
Lo que sucede con estas comunidades de Santo Tomás y Palmar de Varela, ubicados en el Centro Oriente del departamento del Atlántico, es apenas una muestra de los muchos barrios de municipios del país que el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (Dane) ubica en lo que técnicamente es denominado ‘pobreza multidimensional’ y ‘pobreza monetaria’, cuando los indicadores económicos y sociales, prácticamente, son inexistentes en educación, salud, servicios públicos, vivienda, salarios, niñez y juventud, entre otros.
Sin embargo, para el común de la gente, esas denominaciones indican la realidad de vivir en la pobreza extrema o miseria, así los expertos pongan el grito en el cielo porque no se estarían interpretando las cosas como son, según ellos.
El más reciente informe del organismo destaca que a nivel nacional esa pobreza ha ido creciendo en el país si se tiene en cuenta que en el 2018 se situó en el 19,6 por ciento, frente al 17,8 que se había detectado en el 2016. En las cabeceras municipales el indicador fue del 13,8 por ciento, cuando había sido del 12,1 por ciento.
En lo que concierne a la Costa Caribe, el mismo Dane señala que en condiciones de pobreza multidimensional hay registros de 3,6 millones de personas, de los cerca de 11 millones de la región que conforman ocho departamentos, que superan en 7,1 por ciento a la media nacional. El principal factor que se atribuye a esa situación es la incidencia que ha tenido la migración de personas venezolanas debido a los problemas internos de su país, muchas de las cuales han ido a engrosar los cordones de miseria de los municipios.
De acuerdo con el organismo, el ranking de ciudades costeñas con pobreza extrema lo encabeza Riohacha que llega al 47,5 por ciento; Valledupar, 34,4; Santa Marta, 33,7; Sincelejo, 28,6; Montería, 27,5; y Cartagena, 25,9 por ciento. Contrario a lo anterior, se destaca el caso de Barranquilla y su Área Metropolitana, en donde el nivel de pobreza extrema bajó al 2,2 por ciento el año pasado, frente al 2,4 registrado en el 2017.
En cuanto a departamentos se destaca que en La Guajira se ilustra la situación, señalando que 51 de cada 100 personas están en el rango de pobreza multidimensional, cuando en el Atlántico es de 20.
Para organismos que analizan las cifras que revela cada año el Dane, como el Centro de Estudios del Trabajo, Cedetrabajo, advierten que las actuales vienen ratificando el deterioro de la economía nacional debido al fracaso del actual modelo que aplica el gobierno central, por lo que se hacen urgentes replanteamientos para evitar que las brechas de desigualdad social y económica sigan ampliándose.